Descubre un Libro Hoy

Desde este espacio, el Núcleo de Escritores de la Región Nordeste invita a la lectura de El Sorato de Magdala, una obra que no solo entretiene, sino que también invita a la introspección. Bruno Rosario Candelier logra un equilibrio perfecto entre lo narrativo y lo filosófico, ofreciendo al lector una experiencia rica en contenido y significado. La novela se convierte en un espejo que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia búsqueda de trascendencia y conexión con lo eterno.

Descubre un Libro Hoy

Cuando abrí aquel libro titulado El Sorato de Magdala, no imaginé que, en sus páginas, encontraría algo más que palabras. Desde el inicio, me envolvió una sensación extraña, como si alguien estuviera susurrándome una verdad olvidada. El relato, construido a través de cartas, no era solo una historia epistolar; era un viaje. Un trayecto por paisajes de símbolos y preguntas que, hasta ese momento, no sabía que tenía dentro de mí.

El autor hablaba de un «sorato», un concepto que me resultaba tan lejano como un canto en una lengua antigua, pero que al mismo tiempo resonaba profundamente en mi interior. Descubrí que representaba un vínculo espiritual, una conexión con lo trascendente. Por su parte, «Magdala» evocaba la figura de María Magdalena, con sus sentimientos de amor que trascienden lo carnal, cobijados bajo el manto de la cristificación. Esos laberintos de cartas, provenientes de lugares como Palo Seco y Pedregal, eran estilísticamente confusos, como círculos en equilibrio, pero con el carácter agreste de un mapa cóncavo que invitaba a mirar hacia el centro de uno mismo.

A través de las cartas, conocí a Barranco y Aurora, personajes que no existían más allá de sus palabras, pero que eran tan reales como mis propios pensamientos. En sus secretos y sus confesiones se revelaban fragmentos de lo que todos somos: deseos, anhelos, miedos y dudas. Sus historias parecían cruzarse hacia un mismo destino: el interior de Magdala, donde el amor, la búsqueda de respuestas y el susurro de las hojas se entrelazaban en un laberinto espiritual.

Había algo en el estilo del autor que me recordaba los cuentos que mi abuela solía narrar bajo el árbol de carolina, allá en Canete, Tenares. Su lenguaje era sencillo, pero cargado de un peso profundo, como si cada palabra estuviera anclada a la raíz de la vida misma. Al cerrar el libro, sentí que no era una simple historia, sino un susurro del alma, una invitación a continuar un viaje inacabado. Como doctrina espiritual, sus páginas entretejían fragmentos bíblicos y símbolos universales que seguían revoloteando en mi mente como luciérnagas. A ti, amigo lector, te extiendo la misma invitación: abre este libro y permítete explorar el mapa hacia algo que no se ve, pero que siempre ha estado ahí, esperando ser encontrado.

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