¿Estamos destruyendo la República? Un llamado urgente a la conciencia nacional

Hoy escribo pensando en voz alta. Lo hago desde la preocupación que me invade al leer los titulares de nuestros periódicos, revistas, noticiarios y redes sociales. Todo parece negativo. No hay comentario, análisis ni opinión que no esté cargado de desesperanza, como si hubiéramos olvidado que somos dominicanos. Como si no fuéramos habitantes de este lugar de 48,000 km 2 que nos pertenece desde 1844.

Las expresiones que se vierten en el debate público parecen más cercanas al harakiri japonés o a las operaciones martirio del Medio Oriente, solo que aquí las bombas son verbales. Por momentos, siento que ciertos actores de la vida política, económica y social creadores de opinión e influenciadores de la conciencia nacional tienen un deseo inconsciente de demoler todo lo que hemos levantado como república. Nos falta comprensión. Nos falta propósito.

Muchos olvidan que en el tablero geopolítico hay jugadas ocultas. Hay agendas diseñadas para debilitar nuestra nación, nuestro Estado, nuestros valores. Son intereses externos, planificados desde los centros de poder global, que buscan convertirnos en peones de una partida que no jugamos.

Y esta situación debe llamar a la reflexión. Tanto a quienes aspiran a gobernar como a quienes ya lo hacen. Porque cometen errores, torpezas, y no los reconocen. Y aunque nuestro país no sea el ideal ni en lo político, ni en lo económico, ni en lo institucional es el que tenemos. Es el que somos. Y debemos conservarlo, fortalecerlo y desarrollarlo para garantizar bienestar y equidad a quienes viven el día a día: los que van al mercado, los que caminan las calles, los que sienten la carestía, la inseguridad, la falta de oportunidades.

El narcotráfico avanza sin freno. Se ha convertido en una industria que exporta desde nuestras narices, y en algunos casos, se infiltra en nuestras estructuras por omisión o complicidad. Hay sectores donde la justicia parece depender del “dueño del punto”. Y las autoridades lo saben. El Ministerio de Interior y Policía lo sabe. Pero no hay una política seria, ni voluntad real de erradicar estos focos de criminalidad. Se hace bulto, se tumban casuchas, se incautan gramos de sustancias, pero el problema sigue intacto. Porque detrás de cada punto hay patrocinio, tutela, y complicidad desde las esferas del poder, tanto nacional como internacional.

La oposición política, por su parte, no ofrece alternativas. Son más de lo mismo. Sin norte, sin ideología, sin capacidad de formular un verdadero plan de nación. No hay propuestas estructurales que pongan al pueblo en el centro de las prioridades.

Por eso, este monólogo que hoy comparto con ustedes, deseo que se convierta en diálogo. No basta con señalar lo que está mal. Es necesario proponer. Y por eso, me toca plantear lo siguiente:

Propuestas para reconstruir el rumbo nacional

1. Política integral contra el narcotráfico

Plan nacional de erradicación de puntos de drogas con enfoque comunitario.

Inteligencia policial y judicial para desmantelar redes completas.

Programas de reinserción social para jóvenes en riesgo.

2. Reforma profunda del sistema político

Planes de nación claros y verificables por parte de los partidos.

Debates públicos obligatorios centrados en propuestas.

Participación ciudadana en políticas públicas.

3. Recuperación de la economía popular

  • Fondo nacional para microempresarios y emprendedores.
  • Incentivos fiscales al consumo de productos dominicanos.
  • Regulación de créditos informales.

4. Seguridad ciudadana con rostro humano

  • Patrullajes comunitarios con enfoque en derechos humanos.
  • Mejora de servicios e infraestructura en barrios vulnerables.
  • Observatorios locales de seguridad con participación vecinal.

5. Educación para la conciencia nacional

  • Currículo escolar con contenidos sobre ciudadanía y soberanía.
  • Campañas que resalten los valores y logros dominicanos.
  • Fomento del pensamiento crítico en medios y redes.

Estas propuestas no son una receta mágica, pero sí un punto de partida. Porque amar a la patria no es repetir consignas, sino construir soluciones. Y porque pensar en voz alta, como lo he hecho hoy, también es un acto desde la conciencia dialéctica en que podemos ser mejores.

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